Durante la estancia en el valle los madrugones se sucedían, la climatología no acompañaba pero no es plan de llegar hasta allí y desanimarse antes de tiempo.
Así que cada día era explotado al máximo, dando prioridad siempre a "la buena hora", aquellas primeras horas justo antes y durante el amanecer y el atardecer.
Hice diferentes intentos y desde distintos lugares, unas veces ganando altura para tener frente a mi las cimas nevadas y captar toda esa luz suave que tiñe de rosa la nieve, cuando estamos en un amanecer o quizás mas dorada cuando es un atardecer como en esta ocasión.
En otras ocasiones aprovechaba la orilla de un río y la salida de la luna, el agua quedaba plata bajo una luz tan hermosa, dando al río un aspecto casi irreal pero bello.
Bajo estas condiciones resulta especialmente bonito observar y añadir dentro del encuadre a la propia luna que siempre agrega un toque de misterio a la toma.
Y para finalizar una jornada, qué mejor que llegar a casa bajo un cielo azul intenso y encontrarse con la misma luna sobre tu tejado, inevitablemente uno tiene que volver a sacar la cámara y llevarse ese recuerdo para siempre.
Besos pirenaicos.
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