viernes, 15 de julio de 2011

El viaje del Caracol, capítulo IV: Vannes y Auray

Nada impidió que descasara perfectamente esa noche, ni siquiera la persistente lluvia ni las agujas de los pinos que caían sobre el techo de la AC. Otro día lleno de sorpresas se presentaba por delante, y esta vez la noche sería sobre los acantilados de la costa salvaje en la península de Quiberon.

Pusimos rumbo a Vannes, yo llevaba una referencia de un área donde poder aparcar y como se trataba del parking de un centro comercial aproveché para una pequeña compra y reponer algunas cosillas que cubrieran los pequeños olvidos...



Vannes es una ciudad preciosa sin duda, pero su tamaño no tenía nada que ver con los pequeños pueblos que habíamos conocido hasta el momento, eso hizo que tuviéramos que caminar mucho para por fin encontrar el centro histórico y el río Marle, habíamos aparcado demasiado lejos de "todo" y tras un brevísimo paseo por las calles mas antiguas decidimos que era mejor regresar a la AC, ponerse en marcha y comer por el camino, el siguiente punto volvía a ser un destino pequeño y con encanto, de esa manera tendríamos una tarde entera para recorrerlo con calma.


Y así fue como apareció ante nuestros ojos la bella Auray.


Esta hermosa ciudad se encuentra en un estuario del Golfo de Morbihan, al abrigo del viento, donde el río y el mar se mezclan y de nuevo quedamos prendados del encanto que rezumaba cada uno de los rincones de la ciudad.


Comenzaba el recorrido por una estrecha calle muy inclinada hacia abajo y que llevaba a la ría donde en la Edad Media, los duques de Bretaña mandaron construir un puente, un puerto y un castillo.


A ambos lados se repartían los locales galerías de arte, creperies y algún café, todos con un gusto exquisito para mostrarse al público.


Las casas de piedra con entramados de madera del siglo XVI están perfectamente conservadas y lucen orgullosas ante la mirada del visitante, que enseguida comprueba a cada paso el patrimonio sobre el que camina.


No hay un trazado único para recorrer un lugar como este, lo mejor es observar, captar con la cámara cada detalle que nos llame la atención, dejarnos envolver por la atmósfera de otros tiempos y en cada cruce continuar por donde el camino aparente mas estrecho y angosto.


Antes de irnos era obligado subir al mirador de la fortaleza que ofrece unas vistas preciosas de toda la ciudad y sus puertos, de los tejados acurrucados unos sobre otros, de las terrazas con gente charlando plácidamente y del puente que comunica las dos áreas de la villa.


Al situarme de nuevo frente a la calle inclinada esta vez de subida y de salida, comienza a caer una fina lluvia y con la ciudad a mi espalda saboreo el grato sabor de boca que me ha dejado esta visita, Bretaña sigue sorprendiendo.

continuara ...

Besos.

2 comentarios:

  1. Veo que lo que viste por Vannes no te maravillo mucho.A mi me encanta esa ciudad,sobre todo la entrada por donde esta la figura de San Vicente Ferrer,patrón de la ciudad,con el dedo apuntando hacia arriba....dice la leyenda que cuando ese dedo se rompa,Vannes se inundara,ya que esta rodeada de agua....por cierto allí esta enterrado el Santo(que dicen se enamoro de una condesa.....y no quiso volver a España....)....bueno como ves sigo tu maravilloso viaje por esas tierras que de una u otra forma tienen parte de mi.....

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  2. No es que no me maravillase, me pareció preciosa, lo que ocurre que todo lo ves dependiendo de las circunstancias, y en este viaje había que ir recortando algunas cosas por cuestión de tiempo y por no ir nunca a la carrera, eso hizo que siempre diera prioridad a lo "pequeño" y al mar mas adelante. Me alegro que sigas el diario, ya sabes que llega un momento con una foto tuya...

    Un beso y gracias por tu comentario tan ilustrativo, es un gusto.

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