Como decía en la anterior entrada sobre el amanecer en la pradera de Siete Picos, toda la mañana discurrió con el cielo cubierto, y solo al final y durante poco tiempo el sol apareció entre claros de nubes.
Fue en esos momentos cuando el paisaje cambia radicalmente, la luz siempre lo hace, se comienzan a ver de otra manera las nevadas copas de los árboles y todo lo que está helado brilla de otra manera.
Las rocas y en general todo lo que queda oculto en la cara norte permanece casi todo el invierno congelado, es un paisaje precioso y duro.
Hasta la virgen de las Nieves aparece congelada estando como está azotada por los fuertes vientos de la montaña.
Es hora de regresar y lo hago como tantas veces con un muy buen sabor de boca, hubiera deseado tener un amanecer de esos espectaculares pero esta vez no pudo ser, aún así he podido comprobar que toda esta zona continua preciosa y muy nevada, no queda otra que seguir aprovechando las jornadas que aún queden de invierno.
Besos congelados.
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