Esa misma tarde llegaríamos a Malpica de Bergantiños y sería la primera parada haciendo uso de un hotel.
Hablar de Malpica es hacerlo de la Costa de la Muerte y de un pueblo que durante mucho tiempo se dedicó junto con pescadores vascos y cántabros a la pesca de la ballena.
Tras aparcar la furgo en el puerto e instalarnos en el hotel, lo primero tenía que ser sin duda salir a pasear por el puerto, vivir ese ambiente pesquero.
Mas tarde daba comienzo un espectáculo local, se trataba de la lonja, allí pude comprobar a todos esos hombres y mujeres que aún viven del mar y como su trabajo no termina una vez llegan a tierra.
Me parecía mentira la cantidad de cajas de pulpos y nécoras de un solo día de pesca, no tiene desperdicio para el profano quedarse a escuchar cualquiera de las subastas que ahí se suceden.
Estuve buscando un punto en alto para tener una bonita perspectiva del pueblo y del puerto justo en el momento en que se iluminaban las calles y casas y llegaba la esperada hora azul, sin duda desde ahí tenía ante mi una preciosa estampa de este pueblo encantador.
A la mañana siguiente y después de cargar fuerzas, tocaba como cada día volver a ponerse en marcha y continuar camino, el sol asomaba en el horizonte y de nuevo bañaba el puerto con su luz, el silencio solo roto por las gaviotas y el olor intenso de este mar bravío hicieron de este otro de esos momentos que quedan para el recuerdo.
Hora de decir hasta pronto a Malpica.
Biquiños.
Dan ganas de ir
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