Una noche mas en calma y sin nadie a la vista, así fue como discurrió en Estaca de Bares.
Estábamos al borde de la playa, así que habría que madrugar lo justo para ver amanecer, decidimos hacerlo desde lo alto de uno de los costados de la playa, por el lado derecho.
Una vez en lo alto, comprobamos una sucesión de grandes rocas que dibujaban una costa muy abrupta, entre medias el agua parecía embalsarse y adquiría un color esmeralda.
Las luces del amanecer no es que me volvieran loco, pero estar en una playa tan inmensa a esas horas y que no haya absolutamente nadie si que es para gozarlo como se merece.
Un ligero colorcillo en las nubes y todo había pasado sin darme cuenta, mientras las gaviotas mariscaban en la orilla.
El sol comenzaba a asomar por nuestra derecha e iluminaba a lo lejos los pueblecitos del otro lado de la ría, todo este viaje iba a ser una sucesión de entrantes y salientes, de manera que cuando estábamos en uno siempre podías ver enfrente el siguiente.
Es hora de desayunar relajadamente y aprovecho para las últimas panorámicas sobre la playa. Mas tarde en el plan del día estaba visitar el cabo Ortegal y la villa de Cariño.
Una de las muchas puntas que íbamos a ver en este viaje, era la del cabo Ortegal. A nuestra llegada el día se mostraba de lo mas tranquilo, soleado y apenas una pequeña brisa. Como siempre, nadie alrededor, mejor que mejor pensaba yo.
Cuando un pueblo que además pilla de paso en el recorrido establecido, se llama Cariño, no puedes por menos que visitarlo.
Sus casitas de colores frente a la costa, su precioso acantilado y hasta su coqueto cementerio son solo algunos de sus atractivos.
Biquiños.
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