La tormenta de la noche anterior no nos dejó descansar apenas, así que comenzábamos la cuarta jornada de travesía bastante cansados, aunque todavía no conocía aún el trago que a mi personalmente me quedaba por pasar.
Por algún motivo comencé a subir por una ladera muy empinada que no era exactamente el camino por el que habíamos descendido el día anterior.
Como quiera que sacaba cierta ventaja al grupo cuando esté llegó a mi altura me indicaron que la senda continuaba recta, yo ya me había dado cuenta, pero pensé que no habría mayor problema, subiríamos por caminos diferentes pero nos juntaríamos arriba en lo alto del puerto.
Y ese fue mi gran error, la pendiente cada vez se empinaba mas y me costaba mantener la vertical con el peso de la mochila por miedo a vencerme hacia atrás, cuando me avisaron pensé en descender de hecho y a fe que hubiera sido una buena idea.
Pronto me di cuenta que me había metido en un lió yo solo, no me quedaba otra que seguir subiendo y cada vez me alejaba mas del punto donde el grupo ascendería, era evidente que tendría que hacer el paso por otro collado diferente muy alejado del que debiera haber sido.
El camino se convirtió en una pesadilla, el suelo se movía bajo las botas y pasé realmente miedo pensando que en cualquier momento yo me iba a caer con parte del montón de rocas que se deslizaban pendiente abajo.
Cuando por fin el terreno se asentó algo, no pude evitar después de tomar aire y comer algo mirar hacia atrás y tirar una foto para después ver por donde había cruzado, son las dos primeras imágenes de esta entrada.
Todavía me quedaba un largo descenso hasta el fondo del valle del Ara donde supuestamente debería encontrarme con mis compañeros de travesía.
Y así fue, la verdad que fue una alegría volver a tener el grupo completo y poder disfrutar a pesar del cansancio de lo espectacular del valle, solo teníamos que seguir rió abajo hasta un cruce a la derecha con un nuevo ascenso pronunciado hacia los ibones de Brazato donde teníamos pensado hacer noche.
Una caída de agua prácticamente en vertical nos indicaba la proximidad del ibón de Batanes, la subida parecía por momentos mas una trepada que una pendiente, por eso nada mas llegar arriba y asomar la cabeza nos encontramos justos a ras del agua que tenía un color precioso con el sol pegando en la superficie, ese momento creo que es uno de los que recordaremos especialmente.
Todavía nos quedaba un buen trecho descendiendo por el valle hasta llegar a nuestro desvío y observando el mapa del gps se me ocurrió que podríamos atajar cruzando lo que sin duda parecía un mar de rocas.
Y así lo hicimos, ya no había camino sino un constante saltear en rocas enormes mirando siempre l suelo con el fin de adivinar donde poner tu siguiente paso. En la imagen de abajo podéis haceros una idea de la dimensión de la extensión de roca viendo a los componentes del grupo cruzar como si fueran hormiguitas.
El cansancio nos hacía mella de verdad y no nos quedaban muchas horas de luz, los ibones todavía estaban muy lejos, así que tuvimos que cambiar de rumbo para buscar una zona donde pernoctar.
Un poco mas arriba de donde estábamos pasando había una pequeña esplanada junto al arroyo, resulto ser una zona perfecta, decidimos hacer al día siguiente una nueva jornada dura a cambio de descansar cuanto antes.
El día se iba despidiendo y lo hacía sobre una vista espectacular de la cara sur del Vignemale, justo la contraria a la noche anterior cuando nos cogió la tormenta.
Sin duda, una vista tan bonita y que nos hacía darnos cuenta donde habíamos estado hace solo una jornada hizo que no dudase en colocar la tienda mirando justamente ahí...
continuará ...
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