Tras una noche de los mas tranquila, no necesito que suene el despertador para saber que no falta mucho para que amanezca, quizás sean las ganas de bajar de nuevo a pie de playa.
Nada mas levantarme me enfundo en mis badeadores, tengo la intención de disfrutar al máximo y para eso necesito meterme donde haga falta sin miedo a empaparme.
Poco a poco el cielo comienza a clarear y las nubes van cogiendo algo de color, aprovecho los preciosos reflejos que deja en la arena la marea baja y voy persiguiendo uno tras otro.
Siempre son momentos muy especiales y a la vez muy fugaces, enfrascado en la búsqueda de un encuadre, en utilizar la luz y demás mediciones resulta increíble los rápido que transcurre el tiempo, practicamente se me escapa entre las manos.
Una vez que el amanecer se da por concluido, decido que es momento para subir por los acantilados e intentar fotografiar los famosos arcos que dan nombre a esta espectacular playa desde lo mas alto, justo cuando el sol ya superando con creces el horizonte comienza a iluminarlos.
La vista se hace magnífica y es el momento y el lugar perfecto para un desayuno relajante.
En este viaje uno nunca se queda en el mismo lugar y ya es hora de recoger y continuar camino siguiendo la costa, se harán las paradas que sean necesarias, aquellas que nos estimulen a hacerlo y de camino a Lierio una de ellas es una bonita y pequeña ensenada que se ve rodeada por vegetación.
Paseamos por los alrededores y decidmos bajar hasta el mismo borde de la playa, a donde un arroyo desemboca y justo detrás un vía del tren que cruza un puento por encima, es un rincón muy curioso desde luego.
La parada técnica en Lierio era mas bien por la hora que íbamos a llegar, perfecta para comer, sin embargo y finalmente tras dar un paseo por la inmensa ría decidimos continuar un poco mas y llegar a Viveiro que es un poco mas grande pero también lo tenía anotado como un lugar con encanto.
Biquiños.
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