Tras pasar la que sería última noche en Ordesa, solo nos quedaba recoger y emprender el camino de regreso a la Pradera, no estábamos muy lejos y lo tomábamos con mucha calma, además contábamos con la última sorpresa, disfrutar como se merece de Las Gradas del Soaso.
Con los primeros pasos, atrás quedaban para siempre los momentos vividos en las alturas, al fondo el valle y mas arriba todo el recorrido de los últimos días.
Una pista empedrada nos indicaba que estamos ya cerca, los primeros rayos de sol capaces de penetrar en el interior del valle dibujaban su reflejo en las curvas del arroyo.
El camino comienza a descender de forma brusca y a nuestro lado nos acompaña el río que a estas alturas si que lleva una buena cantidad de agua, el sonido de los saltos irá con nosotros el resto del recorrido.
Innumerable sucesión de pequeños saltos y grandes cascadas, estamos en plenas Gradas del Soaso, el río esquiva los obstáculos como solo el agua sabe hacerlo, las aguas limpias dejan ver el fondo rocoso y adquieren tonos esmeralda, es inevitable ir parando a cada pocos metros.
Sabemos que estamos disfrutando los últimos momentos de una travesía que nos ha resultado toda una experiencia, qué lejos queda el primer día cuando ante nosotros solo teníamos un sendero empinado que parecía no tener fin y ahora sin embargo nos íbamos cruzando con excursionistas de media jornada que acudían con ilusión a estos rincones.
Tras despedirnos de los saltos, atravesamos los últimos tramos del hayedo entre sombras y silencio, en breve llegaríamos a La Pradera de Ordesa con la intención de reponer fuerzas con un buen desayuno y poner rumbo de nuevo a casa, pero una cosa tenemos clara, justo en ese instante hemos empezado a planificar la que será nuestra siguiente travesía...
Besos pirenaicos.
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