Tras un merecido descanso llegaba el momento de abandonar Goriz y a partir de ahí comenzar un largo descenso, a cada paso y hasta el final de la ruta.
En una espectacular balconada me crucé con una simpática marmota que aunque al principio salió escopetada por el susto, poco mas tarde acudió a mi lado y se puso a contemplar las vistas tan pancha. No me extrañó mucho viendo lo bonito que asomaba el valle allá abajo en lo mas profundo.
Las nubes y el sol caprichosos como siempre, dibujaban colores en el suelo y en las paredes que encorsetaban el valle. Un precioso descenso teníamos ante nosotros, una pequeña senda pedregosa que castigaba nuestras rodillas.
La idea era buscar un sitio para acampar y pasar la última noche a la menor altitud posible, pensando en la jornada del último día. Pero también era obligatorio hacer una parada en la Cola de Caballo, que aunque como todo el parque en general llevaba no mucha agua, si conservaba su espectacularidad.
A pesar del cansancio, no tuve reparo en volver a deshacer la mochila a fin de montar el equipo y pasar un buen rato entre los rincones que rodean al salto de agua, última hora de la tarde y un lugar eminentemente conocido se mostraba ante nosotros casi ya sin gente.
El agua caía fría, muy fría y fue un placer disfrutar del sonido y el frescor que existía alrededor, sin duda un descanso perfecto.
Solo quedaba por hoy cruzar el valle en dirección a las Gradas del Soaso, y esperar a que cayera la noche para montar la tienda una vez mas, estábamos ya rondando los 1800 metros de altitud y atrás quedaban los días en que disfrutamos de las alturas.
continuará ...
Besos pirenaicos.
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