El dicho dice que después de a tormenta llega la calma, y es cierto, no admite ninguna duda.
Pero, he salido muchas veces con la esperanza de poder fotografiar una tormenta y las mas he vuelto sin ni siquiera haber disfrutado de un espectáculo natural como este.
Cuando uno sale con la intención de poder fotografiar una tormenta lo hace cuando piensa que la ocasión puede ser propicia, y mira por donde, como no podía ser de otra manera... el día que salgo paseando sin mas a disfrutar del atardecer sobre los acantilados de Cabo de Palos ocurre lo que no estaba previsto.
He recorrido cientos de veces estos acantilados, pero es un recorrido que me encanta, estaba solo con mi cámara y el mar, la luz no era de impresión, pero no me disgustaba en absoluto.
Me dedicaba como por inercia a colocarme en cada rincón mientras la luz caía cada vez mas y mas, os puedo prometer que en esas ocasiones el sonido del rumor del mar te deja cuanto menos tonto.
Al cabo del rato y tras rodear el faro el cielo empieza rápidamente a cambiar de aspecto, la temperatura ha descendido en nada y ahora que apunto hacia La Manga tengo ante mi un cielo que promete movimiento.
Es evidente que está a punto de caer una buena tromba de agua, me pilla casi sin abrigar (uno salía a pasear sin mas pretensiones), pero no hay duda posible, ya pueden caer chuzos de punta que de ahí no me muevo, aunque luego me toque correr a casa.
Y así fue, comenzó a llover con fuerza y aguanté un buen rato bajo la lluvia mientras esperaba en el encuadre de las palmeras que a lo lejos en el horizonte algún rayo me regalase un bonito momento.
Cuando ya estaba a punto de recoger y empapado, me fue imposible resistirme ha acercarme otra vez al espigón y utilizarlo en un encuadre, de nuevo a espera el rayo, y zasss, ahí le tengo...rápido, a correr para casa chorreando.
Y es que en ocasiones después de la calma, llega la tormenta.
Besos tormentosos.
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